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10 / 03 / 2023
Identidad y cultura

Las vidas de Tepoztécatl

Tepoztécatl fue un Dios, semidiós y héroe. Su vida pervive y se celebra en el municipio de Tepoztlán.

Tepoztécatl participó en la creación del pulque, sobrevivió a múltiples intentos de ser destruido,  venció al monstruo Xochicalcatl, además de realizar numeras hazañas. Se sabe que su fama llegó hasta Chiapas y Guatemala, desde donde grupos de creyentes viajaban en peregrinación para conocerlo y pedirle favores. El aura de este Dios, semidiós y héroe sigue presente en el lugar que dio origen a su leyenda: su vida podría ser una alegoría del municipio de Tepoztlán

Su historia como ser mítico, pero también espiritual, nos acerca a la compleja cosmovisión prehispánica en la cultura nahua de la región. Te invitamos a sumergirte en sus muchas facetas y a dejar que se revelen sus antiguos y misteriosos mensajes.   

El mito y leyendas de Tepoztécatl

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Tepoztécatl ha tenido varias vidas. Su origen no se conoce con precisión. Algunos historiadores lo consideran descendiente de la cultura Olmeca, después fue adoptado por los huastecos y quizá así llegó a Tepoztlán. En el Códice Borgia se le representa con un hacha en la mano, la empuña como un utensilio, no en actitud de guerrero. En la tradición oral de Tepoztlán, Tepoztécatl, ha sido Dios, semidiós, héroe y señor de este municipio de Morelos. Las andanzas de Tepoztécatl se enriquecen con los deseos, gustos, miedos y anhelos de cada generación. Su historia se nutre en el imaginario de la gente, es una creación colectiva. La representación teatral, escenificada cada septiembre, da cuenta del fin de Tepoztécatl. Así sus hazañas perviven en la identidad y carácter de los pobladores de los pueblos, barrios y colonias de Tepoztlán.

Tepoztécatl Dios de la fermentación

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Se cuenta que Tepoztécatl participó en la creación del pulque, contribuyó a fermentar la bebida. Fue uno de los cuatrocientos hijos de Mayahuel, diosa del maguey, y Patecatl, señor de la raíz del maguey. Ambos le enseñaron cómo agujerear el maguey y añadir las raíces al aguamiel. El mito cuenta que la ceremonia de la creación del pulque se llevó a cabo en la cima del Tepozteco. Tepoztécatl y otras deidades como Yauhtecatl y Totoltecatl prepararon por primera vez la bebida fermentada. 

Al terminar la preparación los dioses bebieron y bebieron, hasta que se les cayó encima la choza donde se guarecían. Abandonaron su cuerpo inerte y subieron al cielo, desde entonces son una constelación. Once de aquellos bebedores se transfiguraron en los actuales cerros de Tepoztlán, seis hacia el norte y cinco hacia el sur. 

Tepoztécatl hecho hombre

Tepoztécatl también tuvo una vida terrena como hombre. El investigador Gordon Brotherston, en su estudio Las cuatro vidas de Tepoztécatl, rastrea las fuentes de dónde se nutre el mito y la leyenda del Dios venerado, desde tiempos ancestrales, en la cumbre del Tepozteco. 

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La leyenda comienza con una doncella descendiente de una familia real. A la joven le gustaba salir todas las tardes a disfrutar de la frescura del viento y el canto de las aves. No se conoce el nombre de aquella princesa, sólo se sabe cuánto gozaba de los atardeceres y la naturaleza. Vivía cerca del arroyo llamado Axihtla y con frecuencia se bañaba en sus aguas. Se conocen varias versiones de cómo se convirtió en madre de Tepoztécatl.  Una de ellas dice que una tarde, al bañarse en el arroyo y disfrutar con deleite del agua, inesperadamente quedó embarazada y ahí mismo dio a luz a Tepoztécatl. La proximidad de aquel surtidor de agua con los dominios del Dios Ehécatl hizo suponer que la deidad ancestral fue el padre del recién nacido. Otras tradiciones narran cómo, al corretear una tarde con los pájaros, se le apareció a la doncella una enorme ave roja. Ella se sintió seducida por su belleza, la dejó posarse en su regazo y la abrazó feliz. Aquel ser era Ehécatl, Dios del viento. Gracias a ese gozoso encuentro se gestó y nació en ese mismo instante Tepoztécatl. Otros cronistas hablan de que la madre de Tepoztécatl halló en una cueva, de Ehecacone (cerro del viento), un trozo de jade y lo guardó entre sus ropas. El Dios Ehécatl, quien se había enamorado de la bella jovencita, se transfiguró a través del jade, la preñó e hizo que diera a luz en ese momento a Tepoztécatl. 

La doncella, al llegar a su casa con su pequeño, desató la cólera de su padre. El anciano enfureció tanto que quiso desaparecer al recién nacido para ocultar su deshonra. Se lo arrebató a la joven y primero lo abandonó en un hormiguero, con el deseo de que fuera devorado por los insectos. Pero, al siguiente día, cuando volvió para ver si ya había desaparecido, se llevó una gran sorpresa. Las hormigas lo alimentaban con pequeñitos trozos de comida, gotas de miel y de agua. El padre de la joven, aún más enojado, se llevó al bebé para abandonarlo en un maguey. Una vez más, al regresar para cerciorarse de su muerte, contempló con horror cómo las pencas de la planta lo protegían del sol quemante. De las púas brotaban hilitos de aguamiel y uno de los brazos del maguey estaba doblado y le daba el líquido al infante directamente en la boca. Por último, desesperado, el abuelo de la criatura arrojó al pequeño al arroyo de Axihtla, metido en una canasta. Tenía la esperanza de que la corriente se lo llevara muy lejos. 

Lo encontraron unos ancianos, se apiadaron de él y lo adoptaron. Sus nuevos padres, con gran cariño, le enseñaron todo cuanto sabían. Su papá lo adiestró en la cacería y Tepoztécatl se volvió muy bueno con el arco. Su madre le mostró los secretos del cultivo de la tierra y las labores de la casa. El niño puso mucho empeño en aprender y el matrimonio de ancianos se sentía muy complacido con el muchachito.

Pero un peligro acechaba a la familia de Tepoztécatl. Tepoztlán era uno de los tantos pueblos tributarios de Xochicalco. Cuenta la leyenda que los poblados sometidos debían mandar gente a trabajar a Xochicalco, pero, además, cada año, debían cumplir con una dolorosa ofrenda. Si no lo hacían la población entera era aniquilada. Para preservar sus vidas, se les pedía a las poblaciones entregar ancianos para alimentar al temible monstruo Xochicalcatl. Los pueblos aceptaban sacrificar a sus viejos para salvarse. 

Pronto llegó el turno al padre de Tepoztécatl. En ese momento el semidiós ya era un jovencito y se negó a entregar a su padre a ese cruel destino. Se ofreció a ir en su lugar y enfrentar al engendro. Heredero de los poderes de Ehécatl, convirtió en piedra a tres de los emisarios del monstruo y permitió que otros tres lo llevaran a Xochicalco. Xochicalcatl al verlo llegar, ordenó de inmediato: “¡cuézanmelo!, lo comeré ahora mismo”. Tepoztécatl fue colocado en una olla para preparar caldo, pero su carne no se ablandó. Para salvarse se transformó en venado, en ocelote y otros animales más, por último, en conejo, brincó y cayó en las fauces de Xochicalcatl.

Desde las entrañas del monstruo, Tepoztécatl lo destrozó con navajas de obsidiana que había recogido en el camino. Al morir Xochicalcalt se elevó una enorme nube de humo blanco, como señal del triunfo de Tepoztécatl. Así rescató a Tepoztlán, y a los pueblos de la región, de la tiranía del reino de Xochicalco. Pronto la noticia de su hazaña se propagó por Tlayacapan, Yautepec y Cuautla. En Cuauhnáhuac, al ver el humo blanco, de inmediato organizaron una fiesta en su honor. Le ofrecieron mole y magníficos platillos, pero, al verlo llegar con sus ropas sucias y desgarradas por la batalla, no quisieron alimentarlo. Tepoztécatl siguió su camino, luego volvió al festejo limpio y vestido con ropas fastuosas. Entonces quisieron agasajarlo. Pero Tepoztécatl vertió la comida sobre su traje. Los habitantes de Cuauhnáhuac, sorprendidos, no entendían su reacción. Entonces el semidiós les explicó: “Cuando venía cansado y hambriento, después de la batalla, no me dieron de comer bien. Ustedes agasajan a mi ropa, no a mí. Por eso le doy la comida a mis ropas”.

El reto del Tepozteco

Cada año hay un reto entre dioses. En 1532, Fray Domingo de la Anunciación, de la orden de los dominicos, tenía la encomienda de evangelizar a los habitantes de aquellas tierras. El fraile quería dar a los naturales una prueba contundente de la bondad y poder de su Dios. Con ese deseo le propuso a Tepoztécatl, señor de Tepoztlán, enfrentar a Jesús crucificado con el señor del hacha de hierro: Tepoztécatl. El Dios prehispánico dominaba el valle desde su santuario en la cima del Tepozteco. El señor de Tepoztlán llevaba con orgullo el mismo nombre de su Dios protector: Tepoztécatl. Con plena confianza en el poderío de su Dios, Tepoztécatl aceptó el reto entre las deidades

La madrugada de un 7 de septiembre los caracoles, chirimías y teponaxtles rompieron la noche con sus notas. Su sonido ancestral llegó hasta las poblaciones de Cuauhnáhuac, Tlayacapan, Yautepec y Cuautla, era el presagio de un hecho crucial. La procesión para llegar al santuario de Tepoztécatl inició en el manantial de Axihtla. Subieron por la ladera Sur del cerro, caminaron por la orilla de la barranca, hasta llegar a la cumbre del Tepozteco. Ahí se llevó a cabo el reto entre los dioses.

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El fraile dominico arrojó al vacío una cruz de hierro con la efigie de Jesucristo. Tepoztécatl, con la ayuda de sus sacerdotes, derribó la efigie de su Dios y lo desplomó por la barranca. Si el Dios de los nativos era el triunfador de aquel duelo, Fray Domingo y los españoles ya no molestarían más. Pero si el Dios de los hombres venidos de ultramar salía ileso, Tepoztécatl y su pueblo se convertirían a la fe católica.

La efigie de Tepoztécatl se destruyó al estrellarse contra las rocas del Tepozteco, en cambio, la cruz de hierro no sufrió ningún rasguño. Ese acontecimiento marcó el inicio de la evangelización de los pueblos y barrios de Tepoztlán y sus alrededores. Cuenta la leyenda que Tepoztécatl fue bautizado un 8 de septiembre. Desde entonces, cada año, se conmemora aquel reto. Los pobladores del municipio de Tepoztlán y los pueblos vecinos se organizan para hacer una representación teatral donde se reviven aquellos acontecimientos. Los diálogos dan cuenta de los sentimientos y emociones contradictorios, de quienes vieron morir sus creencias y cultura para abrazar a un nuevo Dios. Algunos habitantes, sin embargo, aseguran que Tepoztécatl no traicionó a sus Dioses, sino que aceptó el cristianismo para protegerlos de la violencia conquistadora

Tepoztlán más allá de las palabras

Tepoztécatl es una metáfora de cada uno de quienes se consideran sus descendientes. La cumbre del Tepozteco sigue siendo un lugar sagrado, cruce de culturas, espacio donde se manifiesta el misterio del imaginario colectivo. ¿Por qué y para qué el pueblo de Tepoztlán ha recreado a Tepoztécatl? es difícil saberlo. El poeta Juan Gelman nos enseña que es preferible deleitarnos en el asombro, en lugar de buscar explicaciones. Le rindió homenaje a Tepoztlán en un poema. Sus versos nos acercan a dilucidar las limitaciones de las palabras, su incapacidad para describir con fidelidad el origen del mito y la imposibilidad de hurgar en la entraña de la leyenda

Tepoztlán

Las palabras del diccionario
no son las palabras del libro.
Las palabras del libro
no son las palabras del habla. 
Las palabras del alba
no son las palabras del árbol que ahora mismo
se inclina a tierra con
una nube entre las ramas, como
enterrándola al pie. 
Esto sucede. La Luna y el lucero de aquí
no son palabras, son 
la luna y el lucero de aquí.
La sangre piensa, la Luna 
calla. Es todo.

Juan Gelman

Referencias:

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Elena Enríquez Fuentes
Elena Enríquez Fuentes
Escritora y editora.
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