Este pueblo de Tepoztlán, de gran belleza natural y cultural, es un santuario de aves con mucha diversidad.
San Andrés de la Cal es hogar de gente que trabaja el campo y la apicultura. Es un poblado rico en tradiciones, como lo son las peticiones de lluvia. En ella, y sin entrar en detalles, se dejan ofrendas –sobre todo en cuevas– para pedir una buena temporada de siembra. Tal vez por esa relación sacral que cultivan los habitantes con el territorio, este poblado es también un santuario de aves.
Cada año llegan a San Andrés más de 230 especies de pájaros que migran desde Alaska, Canadá y Estado Unidos para pasar el invierno. Y aunque alrededor de marzo y abril regresan de donde vinieron para finalmente reproducirse, la diversidad de aves que hay en la localidad es cuestión de asombro. En este pueblo, reconocido como una de las 35 comunidades nahuas de Morelos, se ha documentado al menos el 20 por ciento de todas las especies de pájaros que hay en el país, como muestran los estudios de Fernando Urbina, quien dedicó 12 años a investigar la región.
El santuario de aves, un ecosistema
La comunidad de San Andrés de la Cal —o de Tenextitla, “lugar de la cal” en náhuatl— tiene una gran riqueza vegetal. Principalmente hay selva baja caducifolia, bosque de encino, matorral crasicaule, selva baja perennifolia, bosque de galería y vegetación acuática. Además se han registrado 439 especies de vertebrados en 82 familias, según datos de CONANP del 2013. En medio de este rico ecosistema, las aves juegan un papel importante. Según miembros de la comunidad que fueron entrevistados para una investigación, hay especies en particular que ayudan al entorno y a quienes lo habitan.
Ese es el caso del Techichili o pájaro chismoso (Catherpes mexicanus) que se alimenta de los insectos que transitan las paredes de las casas; la garza (Bubulcus ibis) se come a los insectos que tiene el ganado; la aguililla gris (Buteo plagiatus) y el carancho norteño (Caracara cheriway) se comen roedores y reptiles, y el garrapatero asurcado (Crotophaga sulcirostris) se aliementa de plagas que dañan la milpa. El zopilote (Coragyps atratus) y el buitre pavo (Cathartes aurafueron) se alimentan de animales muertos. Juntos, son una fuerza de equilibro natural.
Algunos son especialmente buenos con las dispersión de semillas, como la tórtola (Zenaida asiátic) y el capulinero gris (Ptiliogonys cinereus); otros, como los diferentes tipos de colibríes, ayudan a polinizar las flores .
Hay especies de aves, sin embargo, consideradas dañinas por lo menos en términos humanos. Así se les considera al colín bandeado o codorniz listada (Philortyx fasciatus), a la tortolita mexicana (Columbina inca) y a otros tipos de tórtolas por afectar los cultivos del maíz; por alimentarse de abejas de las colmenas de los apicultores, al turpial de fuego (Icterus pustulatus).
Las aves son cultura
Las aves no solo decoran el paisaje físico, como las grazas que se avistan en la laguna, sino que también el cultural. En San Andrés de la Cal los pájaros son parte de la gastronomía, se usan para fines decorativos, como por ejemplo un halcón disecado, y sirven como amuletos, según un estudio publicado recientemente.
Según las entrevistas realizadas a los habitantes de la localidad, los pájaros se preparan en salsa verde, a las brasas o se asan. Para estos platillos se ocupa “la huilota (Leptotila verreauxi), codorniz (Philortyx fasciatus), chichicuilote (Actitis macularius), paloma (Zenaida asiatica), tortolitas (Columbina passerina), chachalacas (Ortalis poliocephala), cuadrillero (Ptiliogonys cinereus) y gallinitas (Colinus virginianus)”.
Para los amuletos, uno de los objetos sagrados más antiguos y con efectos sobrenaturales, se usa el colibrí dos colas (Cynanthus latirostris) y los colibríes o chupamirtos (Colibri thalassinus, Eugenes fulgens, entre otros). Se diseca su corazón y se porta con fin de enamorar mujeres.
Pájaros, mensajeros físicos y metafísicos
Las aves habitan el imaginario humano desde tiempos inmemorables. Están presentes en cuentos y mitos cuyo arquetipo es frecuentemente el de mensajero. Son un emblema de la interacción entre el plano físico y el simbólico, que revela que compartimos un lenguaje con la naturaleza más allá del idioma. El canto, tamaño y ritmo de vuelo de los pájaros cuentan cosas.
En San Andrés de la Cal, donde la cultura y la tradición penetran profundo la tierra, hay aves agoreras. Unas revelan fenómenos atmosféricos como la presencia o ausencia de lluvia, otras son portadoras de buena noticias. Algunas indican la buena o mala suerte, o anuncian visitas en el hogar. Por ejemplo, cuando la lluvia es celosa, la huilota se pone a cantar; la chachalaca, por el contrario, anuncia su llegada. Cuando la muerte está cerca, se escucha a la cuacuana o al búho. Quienes no aprecian a la gente chismosa se están atentos de que no se oiga un cuervo cerca.
Valorar este santuario de aves es una acto que va más allá de los buenos deseos. Se trata de tener presente a estos animales y saber lo que representan para cuidarlos verdaderamente –y todo lo que de ellos depende–. Si lo haces, te darás cuenta que el paisaje que compartes con esta especie alada nunca será la misma. En ese cambio de perspectiva, de plantarte en el mundo, se asoma la posibilidad de que este sitio siga siendo lo que es: un refigio humano, animal y vegetal.