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03 / 02 / 2023
Identidad y cultura

Cinco poemas de Tepoztlán

Una pequeña compilación de poemas sobre Tepoztlán, su historia y sus paisajes.

Quizá todo sea, en potencia, poesía. En todo caso el paisaje de Tepoztlán, con su “tempestad de rocas” y sus “gargantas que vociferan árboles”, lo es. Por eso, llama la atención que no existan infinitos poemas dedicados a estos paisajes. Acaso, escribir poesía de o para Tepoztlán sea un pleonasmo ¿no es un exceso hacer poesía sobre un lugar tan poético?

A continuación compartimos una breve compilación de poemas de Tepoztlan. Se trata de cuatro poemas, y el fragmento de otro, que juntos murmullan algo de lo que se puede experimentar por estas tierras.

Nido de águilas

De la enhiesta serranía
del Ajusco, en la explanada
Se levanta agigantada
Muralla adusta y sombría.
Raza de rocas bravía
Le dan vigor, cual colosos,
Que de su fuerza orgullosos.
Retumban con ronco trueno
Si el rayo desgarra el seno
De nubarrones furiosos.

Cuando Aquilón se pasea
Por la vecina montaña
Su respiración se ensaña;
Mas apenas él orea
Las peñas del valladar, 
Sordo ruge como el mar
Que rencoroso se azota
Cuando sus fuerzas agota
En un dique secular.

La altivez del alto muro
Llega hasta escalar el cielo,
A dó del águila el vuelo
Tan sólo, ascendió seguro.
Un peñón soberbio, duro,
De majestad soberana
Mágico escabel y peana
Ofrece a Ometochtli sacro.
A ese torpe simulacro
Que adoró la edad pagana.

Musgos, flores y festones
Que hermoso el iris colora
Y el sol con su lumbre dora
Ostentan ricos blasones.
Recama con tales dones
La estación siempre florida
A esos riscos donde anida
Alma y corazón de rey,
Pues perder manda su ley
Antes que el honor, la vida.

Al sur, Chalchiutepetl tiende
Ceñuda y audaz mirada,
Cuelga al cinto noble espada
Que robles y encinas hiende.
Sus libertades defiende
Como el león que en la arena
Del desierto, el aire llena
Con espantoso rugir,
Que nunca sabe sufrir
Ni collares, ni cadena.

Al sur, Chalchiutepetl tiende
Ceñuda y audaz mirada,
Cuelga al cinto noble espada
Que robles y encinas hiende.
Sus libertades defiende
Como el león que en la arena
Del desierto, el aire llena
Con espantoso rugir,
Que nunca sabe sufrir
Ni collares, ni cadena.

Las crestadas eminencias
Protegen un caserío
Que hizo vetusto y sombrío
La edad y sus inclemencias.
Fué allí mi hogar; mis creencias,
Mis esperanzas y amores
Se coronaron de flores . . .
Hoy, allí, voz funeraria
De tórtola solitaria
Al viento de sus dolores.

Yace derribado el techo
Que prestó calor y abrigo,
Solloza el solar amigo
En hojas secas deshecho,
¡Ay! ¿quién del llagado pecho
Por tan sañuda impiedad
Calmar puede la orfandad,
Si ocultó sin vida, inerte,
Bajo una loza la muerte,
El consuelo y la piedad?

Mas tengo fe: las ruinas
Subirán a los espacios,
Sus bases serán topacios
Sus murallas diamantinas.
Con fuerzas casi divinas,
Tepoztlán en su ardimiento
Sus ideales, su aliento
Desplegará con nobleza:
Si es titánica la empresa,
Es titán su pensamiento.

¡Juventud! rasga el crespón
Que entenebrece tu gloria,
Canta un himno de victoria,
La campana y el cañón
Ya cantan en raudo son;
Ya la aurora brilla ufana;
Ya surge entre el oro y grana
El fulgor del sol de oriente;
¡Paisanos! erguid la frente!
Y tú... late, corazón.

Considerado uno de los grandes poemas dedicados a Tepoztlán, esta pieza es obra del presbítero Pedro Rojas Zúñiga, quien por cierto es bastante querido en estas tierras. Rojas tradujo para Zapata, del náhuatl al español, los títulos de Anenecuilco y es una figura por demás interesante de la historia de México.

Extracto de poema Tempestad y calma en honor de Morelos

Si las palabras vinieran para decir: Morelos,
vendrían ocultas en esos nubarrones de piedra
que a unos cuantos kilómetros nos miran:
La tempestad de rocas de Tepoztlán, vecina
el huracán de piedra de Tepoztlán que avanza,
esas gargantas que vociferan árboles,
esos peldaños a pájaros y lluvias
cuando pasa la noche de resonantes piedras
y el sol sacude el sueño de la luz, allá arriba.
Aún hay aceros. Y piedras. Y llamas.
Esta es la hora de las palabras
terriblemente cristianas.
Las que hieren, las que arden, las que aplastan.
¡Ah! ¡Si yo pudiera arrojar mi corazón
Y provocar una grieta en la montaña!
¡Hablar en piedra y escribir en llamas!
La espada silenciosa que abrió el cerrado pecho:
ni un corazón que surja: todo estaba desierto.
La zumbadora piedra que el cuerpo ha derrumbado:
era sólo una cáscara y polvo dentro de ella.
El siempre alegre fuego que a la ciudad ardió
halló sólo papeles, y el humo, no duró...
Estas son las palabras terriblemente buenas,
palabras vivas, hechas de llamas sobre las piedras.

Este fragmento del poema “Tempestad y calma en honor de Morelos”, incluido en su libro Subordinaciones (1949), fue escrito por Carlos Pellicer. La oda regionalista, interesante en sí, alcanza tal vez su máximo esplendor cuando, justamente, aterriza en Tepoztlán. Recordemos que Pellicer fue un promotor esencial de Tepoztlán, pues no solamente dedicó varias líneas a este lugar, y vivió años aquí, también trajo a destacados personajes a conocer estas tierras, por ejemplo al Dr Atl, y donó su colección de arte prehispánico, que hoy se exhibe en el museo que lleva su nombre.

Versos del libro “Monografía poética de Tepoztlán”

¡Ah, Tepoztlán! qué famoso
eres por muchos aspectos:
por esos cerros erectos
como guerreros, colosos,
bravos, sin fin, belicosos,
¡como un fortín de insurrectos!

¡Ah, Tepoztlán! tus chinelos
de sin igual colorido,
te hacen el mas distinguido
de nuestro estado: Morelos...
Por tus montañas y cielos
¡eres el pueblo elegido!

Por tu belleza perenne
eres, en sí, inolvidable,
pues tu paisaje impecable
en todo el tiempo mantiene
un magnetismo que viene
del universo inestable

Seas bienvenido turista
a esta benéfica tierra,
Valle Sagrado que encierra
latente el Himno Agrarista,
donde el ideal zapatista
se encuentra inscrito en la sierra.

Un tanguis dominical
vacacional, sabatino,
con tinte muy pueblerino
te espera siempre puntual:
un trato muy especial
recibirás del vecino.

Tu amanecer deleitoso
he visto de óptima cima
¡quien no lo ha visto no estima
ese fulgor portentoso
que Dios, Todopoderoso, 
en ese albor se sublima!

Lo vesperal de la tarde,
cuando el ocaso es preciso,
se mira el cielo rojizo
de un arrebol que hace alarde
de un rojo espléndido que arde
sobre un cenit corredizo.

Estas líneas reflejan un sentir hondo por el lugar. Fueron escritas por el Profesor Jesús García Sánchez, tepozteco activo en favor de la cultura e identidad local, y que ha escrito canciones y textos diversos alrededor de Tepoztlán.

Poema Tepoztlán

Al gran poeta Antonio Gamoneda, de quien tanto queremos.

Las palabras del diccionario
no son las palabras del libro.
Las palabras del libro
no son las palabras del habla.
Las palabras del alba
no son las palabras del árbol que ahora mismo
se inclina a tierra con
una nube entre las ramas, como
enterrándola al pie.
Esto sucede. La luna y el lucero de aquí
no son palabras, son
la luna y el lucero de aquí.
La sangre piensa, la luna
calla. Es todo.

Este poema fue publicado en la revista Zurgai (Bilbao, diciembre 2001), y es obra del argentino Juan Gelman, que radicó varios años en México. Se dice que Gelman era un enamorado más del paisaje tepozteco, y seguramente encontró aquí el pulso de inspiración para más de una de sus obras.

Poema Reparto agrario

Reparten gratis las hectáreas
como la sopa en la posguerra.
Como la sopa negra aquí en el valle
de Cuautla.
Siete hectáreas
porque mi esposo fue coronel.
Cuarenta días tardamos en llegar
penosamente del norte
a la ciudad de México.
Durante cuatro días comimos
puras tortillas
mientras atravesábamos los cerros
de Tepoztlán.
De siete a siete trabajábamos.
De siete a siete en siete hectáreas.
De ese tamaño fue nuestro matrimonio,
él y yo, lado a lado.
En cuanto el sol se hundía en el polvo,
extendíamos nuestro petate.
En cuanto el coronel se hundió en el polvo
vendí nuestras siete hectáreas.
La tierra es como el amor:
dos hacen falta para que funcione.
Sólo puedo mostrarles esto:
un techo, un sembradío, siete hectáreas
encogidas hasta ser nada,
como aquel paliacate
que me puse para casarme. El amor
es una tierra para que dos la trabajen.
De siete a siete, ya lo he dicho.
Abiertos a los cerros y a los cielos.

Este poema de George McWhirter fue incluido en el libro Aproximaciones (1984), una compilación de poesía de Miguel Ángel Flores, en la que participó José Emilio Pacheco. El Reparto Agrario es un episodio fundamental en la historia de Tepoztlán.

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