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25 / 06 / 2022
Territorio

¿Cómo se formaron los cerros de Tepoztlán?

Las montañas de Tepoztlán provienen de una compleja serie de eventos volcánicos y tectónicos. Conocer su origen es una forma profunda de conectar con este arrobador lugar.

El complejo montañoso de Tepoztlán es singular por sus desniveles y cortes geométricos. A lo lejos, destaca por las crestas de sus cerros y la narrativa de sus piedras. Cuando piensas en Tepoztlán es difícil no pensar en sus cerros y montañas. Pero ¿cómo se formaron estos cortes?

Las montañas de Tepoztlán se las debemos a dos episodios muy intensos de vulcanismo, separados temporalmente por un puente de inquieto tectonismo que las fracturó al estilo Ehécatl, el señor del viento, como se puede apreciar en “los corredores del viento”. No por nada el glifo o signo de Tepoztlán representa una montaña que está siendo labrada con un hacha.

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Tepoztlán no puede concebirse sin sus montañas; estas han sido testigo de incontables episodios históricos y, también, rituales: sirvieron a sus habitantes como escondite a la llegada de los dominicos, durante la Conquista; guarecieron lo mismo a los zapatistas en la Revolución, mientras que hoy, adentrarse en ellas es uno de los principales atractivos del lugar; es como sumergirse en un mundo aparte, esencialmente mágico, trascendente. La razón de su magnificencia la podemos encontrar a través de su historia geológica.

Entender el relieve es similar a recolectar las pistas en una escena del crimen

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Foto: La Tepozteca

Cuando los geólogos investigan un complejo montañoso, las rocas de la corteza son las pistas; las actividades volcánicas, los movimientos de las placas tectónicas y las glaciaciones, la escena del crimen.  Seguir las pistas nos sitúa en una escala temporal totalmente distinta a la cotidiana; cuando se habla de un evento reciente, quiere decir que algo sucedió por lo menos hace 100 millones de años. La primera actividad volcánica que moldeó las montañas de Tepoztlán data de hace cerca de 20 millones de años y por eso se consideran muy jóvenes.

Sin embargo, no por su juventud se vuelve sencilla la explicación. El Eje Neovolcánico Transversal –al cual pertenece la sierra Chichinautzin y, por lo tanto, los cerros de Tepoztlán–  es como un mosaico de rocas de diversas edades y aparatos volcánicos que se han formado unos encima de otros. En este eje volcánico encontramos los volcanes más altos del país, así como los más jóvenes, hecho que refleja la intensidad del vulcanismo. Es compleja la distinción de la formación de estos invictos cerros, y por lo tanto su relato. No obstante, podemos resumirla desglosando tres eventos principales.

Los eventos geológicos que formaron los cerros de Tepoztlán

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Obra de Leonardo J. Berges.

Estos eventos geológicos, que nos invitan a sumergirnos en temporalidades ajenas, destacan embelesada la relatividad del tiempo; su complejidad, nos recuerda que nada en el mundo puede asirse por completo y que queda, entonces, solo el plano del misterio. Entregarse a ese hecho, hace aún más sublime navegar el ejercicio interminable de relatar el nacimiento de los cerros de Tepoztlán. 

El primer evento fue una violenta actividad magmática, que formó un eje volcánico de alrededor de 2 mil kilómetros de largo: el Eje Volcánico Transversal, que se extiende desde las costas veracruzanas hasta las de Nayarit. Esto se debió a la subducción (deslizamiento del borde de una placa por debajo del borde de otra) de dos placas tectónicas, la de cocos y rivera, integrantes del cinturón de fuego del Pacífico. En las montañas tepoztecas podemos encontrar rocas ígneas, andesitas y basálticas de los volcanes de este eje, que depositaron su material a grandes distancias. 

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El segundo evento es autoría del fuerte tectonismo de la zona, que generó una serie de fracturas muy particulares. Por un lado, cortó las montañas en taludes verticales y, por otro, generó valles entre ellas –gracias a los cuales, entre otras cosas, podemos presenciar el maravilloso espectáculo de mar de nubes que se adentran entre los cerros durante la temporada de lluvias–. El indeleble sello de cortes geométricos que visten a las montañas, sin saber con exactitud, se atribuye a fuerzas erosivas eólicas e hídricas.

Por último, el tercer evento responde, también, a una intensa actividad volcánica que formó la sierra Chichinautzin. Las erupciones estrombolianas y efusivas, de cerca de 220 aparatos volcánicos, derramaron y depositaron parte de su material en las zonas más bajas de Tepoztlán. Las cuevas subterráneas de San Juan Tlacotenco –de alrededor de 12 kilómetros, siendo el complejo más largo de América, y en el que se cree escondido el tesoro de Zapata— fueron formadas por el flujo de lava que se expandió gracias a este fenómeno.

Nos parecemos a las montañas

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Foto: Archivo La Tepozteca

Las montañas de Tepoztlán, formadas a partir de la acumulación y depósitos de lava y material volcánico que provino de zonas más altas al norte, son relieves relictos; es decir, sobrevivieron procesos geológicos destructivos. Sus rocas vivieron una serie de transformaciones tectónicas y erosivas, sin embargo se mantuvieron relativamente intactas en el relieve, con cortes únicos. 

Este aspecto de las montañas nos puede conducir a reflexionar; sin caer en determinismos ¿no es el pueblo de Tepoztlán una alegoría misma de sus montañas?  Desde hace varios años, Tepoztlán se muestra como un pueblo aguerrido frente a presiones y crecimientos externos (no es sencillo ser un pueblito situado a menos de dos horas de la Ciudad de México). Este pedazo de corteza terrestre, por alguna razón, mantuvo un conjunto montañoso único, a pesar de la inmensa fuerza transformativa volcánica y tectónica, y hoy en día, las montañas, entes sagrados y partícipes de ceremonias antiguas, pueden entenderse como una metáfora, quizá incluso el origen, de ese arraigo de un pueblo por sus tradiciones. 

Fuentes:

Hecto Ocheterena (1977)

Quintana P. K et al (s.f)

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