Este es un bestiario de Tepoztlán: una selección de criaturas fantásticas y seres metafísicos que habitan el imaginario tepozteco; esta edición está dedicada a los chaneques.
Traviesos, y hermanos de los despropósitos, he contactado con chaneques en eclipses durante el sol oscurecido en el cielo del alacrán. Se alimentan de los deseos impresos, tienen una barriga redonda y un apetito insaciable. Comparten una maldición: su boca es tan pequeña que son incapaces de saciar su apetito, y comen ávidos la voluntad de las personas, las pasiones sedientas, y pierden a los caminantes para rapiñar la energía de sus cuerpos muertos, o de preferencia, aún vivos y llenos de miedo.
Conocí a muchos durante mi infancia en los cerros. Tienen alguna debilidad por los niños. Recuerdo escuchar sus voces que me llamaban detrás de las sombras de los árboles, en las noches del jardín dormido: “Dame una sonrisa, y te devolveré los dientes”. Y veía sus cuerpos torcidos entre la espesura, llamándome. a tierra más parecida a la arena negra, llena de sombras, donde les gustar acechar.
Aterrado, regresaba corriendo (huyendo) a mi casa, subía las escaleras, abría mi habitación y ahí estaban desnudos en la cima de las montañas de San Juan; riéndose, todo el tiempo riéndose; ofreciéndome de vuelta un puñado de dientes, y dentro de mi boca, solo podía sentir la carne de mis encías. Despertaba con un frío parecido al sudor de la fiebre.
Mi madre me mandaba con un collar de semillas a la escuela, eran ojos de venado. Con la ropa vuelta al revés, para que no perdieran mi camino. Y bañado en esencias que no he olvidado, extrañas, de olores picantes.
No todos mis sueños eran malos. Comprendí la importancia de los altares desde pequeño. La mayoría de las noches de la balanza, presencias pacíficas me enseñaban días de sol y vientos llenos de polen y semillas. En uno de esos sueños encontré el amuleto del valor, cuando desde un punto más alto, vi a estos seres devorando un bellísimo fuego sostenido en las manos de una niña. Terminado, el espacio se llenaba de oscuridad, salvo por la luz indigesta en el interior de sus estómagos; esa luz se transformaba en una pequeña semilla donde un árbol nacía en la oscuridad de sus vientres. Y esos seres, en un tiempo acelerado por mi visión, se iban deformando hasta convertirse en ramas, hojas y en la corteza de un tronco que volvía a llamar y detener la luz, para permitir a las pequeñas plántulas crecer en su sombra.
Una sonrisa desesperadamente hambrienta, eso recuerdo. De niño, soñaba visiones: una luz parecida a la bondad llenaba de energía a la creación, a los bosques, a los manantiales, a todos los paisajes de mi infancia, a los animales; y entonces sus sonrisas desesperadamente hambrientas, rodeaban la luz, comiendo el manjar divino como insectos succionándolo todo; los árboles se caían y se despedazaban (ya huecos) sobre la tierra, llenándose de hormigas y larvas como si fuera carne, y dejando, en segundos, una tierra parecida a la arena negra.
Comprendí su importancia, su lugar en el mundo. Acepté a las pesadillas vivientes como parte de la realidad etérea. Que el tiempo es la imagen móvil de la eternidad. Que la sombra nos acobija de un sol hirviente de vida, y la luz, nos guía en la oscuridad helada de una muerte.
Ya sin miedo, hace días –y quizá los necios dirán que soñaba–, me encontré a la misma criatura bajo un haz de luna en el jardín de la noche, temblando como un animal asustado, resistiendo el dolor de las ramas que brotaban por sus uñas. Yo encontré en mis manos un puñado de dientes, y le devolví su sonrisa.
Y escribí en mi Bestiario: chaneques
En el náhuatl, se les conoce como “los que viven en lugares peligrosos”. Metáfora de quienes habitan en el campo sútil de la energía y son perceptibles en estado de miedo excesivo, relajación mística o sueños lúcidos. Tienden a proteger el balance en la naturaleza, a deambular en los cerros o esconderse cerca de los manantiales. Habitantes del inframundo en el universo mexica, son capaces de asustar a la gente y robarle su tonalli, una de las tres entidades anímicas, desposeyéndolos de su conexión con el destino y las fuerzas superiores. Dicen que ponen el alma de las personas en pequeñas ollas para después comerlas en el festín del eclipse de luna. Muchos los ven como hombres pequeños o mujeres, rastreables por sus huellas blancas y un humor travieso. Cuando favorecen a los humanos, los benefician con los tesoros del inframundo, como la riqueza y la buena fortuna material; cuando los perjudican, están asociados a las enfermedades y a la pérdida del alma. Algunos dicen que las enfermedades ocurren cuando pasan suavemente su mano por la cara de una persona, otros dicen que está asociada al aire que dejan a su paso. Existen los Chaneques blancos y oscuros, yo creo que son el mismo en distintas facetas: tienden a ganarse la confianza de los niños, haciéndose sus amigos, para luego atacarlos violentamente. Los amuletos son una forma de protección u honrarlos, reconocer su existencia y jamás mostrarles miedo.