Tras las máscaras de los chinelos, entre los bailes y la música, se esconde una increíble historia de resistencia.
En febrero, unos días antes del miércoles de ceniza, las calles de Tepoztlán se llenan de algarabía y las comparsas con sus estandartes anuncian la llegada del Carnaval. Se escuchan cuetes estallando y los chinelos se entregan al baile con singular gozo y religiosa repetición, todo al son de la tambora y los metales.
El origen de los chinelos como acto de protesta
El Carnaval de los chinelos no era la celebración que ahora conocemos. De hecho, nació en un contexto conflictivo y cargado de tensiones en 1867: con la caída del Imperio de Maximilano terminó la segunda intervención francesa en México. Y mientras el gobierno de Benito Juárez comenzaba a retomar el control del país, la necesidad impulsó a cientos de trabajadores, muchos de ellos de origen indígena, a abandonar sus hogares para trabajar en las haciendas de la región, donde fueron sujetos a jornadas de trabajo extenuantes, además de numerosos abusos y arbitrariedades.
Una de ellas fue prohibir su participación en los festejos carnavalescos: solo los hacendados y la élite religiosa podían ser parte. Pero la gente decidió celebrar el Carnaval a su manera y convertirlo en una forma de protesta, así que salieron a las calles para burlarse de quienes los mantenían trabajando forzadamente.
Decidieron disfrazarse con lo que tenían a mano, que no era mucho: cubrieron su cuerpo con ropa vieja y rota, pintaron su cara con hollín y modificaron su voz para no ser reconocidos, mofándose con sus brinquitos de los elegantes bailes en los que no les era permitido participar.
Eventualmente, los danzantes se convirtieron en los protagonistas del Carnaval morelense y el inconfundible bailecito fue lo que les dio nombre de chinelos, del náhuatl tzinelohua, “movimiento de cadera”.
Nace la fiesta
Con el tiempo, el atuendo de chinelo fue tomando elementos de la apariencia de los hacendados y exagerándolos hasta el ridículo. Así, la ropa vieja y raída se transformó en una amplia túnica de terciopelo, los sombreros altos y emplumados sustituyeron a los primeros bonetes y las caras tiznadas fueron cambiadas por máscaras de ojos claros y barbas puntiagudas. Esta fue una manera de acentuar los rasgos de aquellas élites con ingenio humorístico.
El sello sonoro de la música de los chinelos en Tepoztlán se le adjudican al señor Justo Moctezuma, quien fue también director de una banda de viento en la localidad. Se dice que en años posteriores, sus descendientes agregaron algunos sones a la pieza inicial.
Aunque surgió como una forma de protesta, ahora el chinelo se ha convertido en un importante elemento de identidad para los habitantes de Tepoztlán y el Estado de Morelos. Se trata de un festejo que con cada brinco recuerda el arraigo a la tierra y el valor que eso implica: ese pulso de manifestar lo que una colectividad siente y piensa.
El traje de los chinelos
No se sabe con certeza dónde surgieron los chinelos, pero Tlayacapan, Yautepec y Tepoztlán se disputan el honor de ser su lugar de origen. Pero más allá de dónde nacieron, lo más importante es el espíritu que mueve a esta celebración.
Si bien los atuendos comparten elementos comunes como la máscara de tela de alambre, cada pueblo le da una identidad a sus chinelos: los de Tlayacapan portan sencillos trajes blancos con franjas azules, mientras que los de Yautepec usan modelos multicolor con elaboradas piezas decorativas colocadas en el pecho y la espalda.
En medio del Carnaval, puedes distinguir al chinelo tepozteco por tres elementos: el sombrero, el traje y el volantón.
El atuendo de los chinelos tepoztecos
Si lo miras bien, el sombrero aterciopelado parece un libro que cuenta la historia de Tepoztlán, pues además de largas plumas y flecos, está adornado con aplicaciones de chaquira con la forma de la pirámide del Tepozteco, paisajes montañosos y figuras de deidades como Quetzalcóatl y Tláloc, aunque también con motivos religiosos de origen católico: vírgenes, Cristos, santos y palomas.
Al igual que el sombrero, los trajes tienen un volantón en al espalda adornado con motivos alusivos al paisaje del municipio de Tepoztlán. Pero incluso en medio de la celebración, han sido motivo de otras protestas. Por ejemplo, alrededor de los años 90, algunos tuvieron letreros que decían: “No al club de golf”, para manifestarse en contra del megraproyecto de aquella época.
Ahora se pueden ver trajes de distintos colores, pero las túnicas de Tepoztlán solían ser negras con holanes blancos. Algunos dicen que adoptaron ese color para imitar a los curas del pueblo que contaban las confesiones de los indígenas a sus patrones.
Celebrar y hacer memoria
Mirar los brincos de los chinelos, admirar su danza entre la distintiva música que los acompañan, es una experiencia que vale la pena. Pero más aún si se hace reconociendo su origen; porque celebrar es también una forma de hacer memoria –y, desde ahí, hacer presentes recuerdos de justicia y dignidad–.